Astro-Campus
Todos los artículos de este autor
.La vida como aprendizaje
.Pronóstico meteorológico
.Fuente
.Listado de artículos
.Listado de autores
.General
.Astropsicología
.Astrología Electiva
.Astrología Kármica
.Astrología Mundana
.Astrología Horaria
.Planetas
.Signos
.Partes, nodos, asteroides y
otros puntos
.Casas, cúspides y ejes
.Aspectos y configuraciones
.Técnicas
.Astrología de otras culturas
.Aforismos, grados y decanatos
.Astrología Médica
.Astrología y arte
.Miscelánea
.Primeros pasos
."No sólo de astro..."


LA VIDA COMO APRENDIZAJE (I)

Introducción
Además de explicar el carácter y el destino del individuo, la Astrología ha ido siempre más allá, y no por otro motivo sino por su condición varias veces milenaria, pues proviene de los tiempos en que Ciencia, Religión y Filosofía constituían un cuerpo único de conocimiento y experiencia humanos. Pese a las bisuterías astrológicas comerciales del presente y a los charlatanes que siempre se han aprovechado de ella, ha sabido conservar algunas esencias de carácter simbólico y místico, las cuales sobrevivieron a las modas y tendencias efímeras de los diversos momentos históricos; ahí está una de sus especialidades, la Astrología Kármica, como corroboración de lo que decimos. En ella se profundiza a través del ser y de sus experiencias en vidas anteriores, que pueden dar razón de algunos hechos en la actual. Cierto que entramos aquí en un terreno resbaladizo por el que se debe tantear con mucha precaución, pero sin duda resulta atractivo e interesante.

La Astrología constituye la única rama del conocimiento humano que se ha atrevido a abordar el problema de nuestro destino, tanto individual como colectivo, de modo racional; por encima de opiniones, fallos y errores, se trata de la única tentativa realizada para aclarar este problema, que sin duda interesa y puede resultar útil a todo el mundo.

A la hora de tratar los plazos de la vida humana, hemos de volver a realizar algunas preguntas que ya nos hemos hecho anteriormente: ¿cuál es el objeto de la existencia del hombre? Y las clásicas de ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? A la resolución de estos enigmas ya se aplicaban los filósofos de la Academia platónica, donde campeaba el lema "¡conócete a ti mismo!".

Pese al tiempo transcurrido la humanidad sigue ante las mismas interrogantes; resolverlas es una cuestión personal que nadie puede hacer para los demás ni comunicar la respuesta en términos objetivos, si se llega a la solución. Así que en este artículo echaremos una ojeada al carácter astral de las religiones antiguas y a su escatología, íntimamente ligadas a la cosmología astrológica; finalmente abordaremos el problema de porqué y para qué estamos aquí, y de la herramienta que la Astrología aporta para orientarnos en el laberinto de la vida, el tema astral de nacimiento y sus direcciones.

Plan general de las religiones astrales antiguas

Entre 5000 a.C. y el comienzo de nuestra Era surgieron -en Europa occidental sobre todo, en el Norte africano y en algunos puntos de las costas mediterráneas- unas formas de cultura que nos han dejado como elemento común los llamados megalitos: dólmenes, menhires, etc.

¿Cuál era su función? ¿Religiosa, funeraria, astronómica? Se ha especulado mucho sobre ello, disparando la imaginación de más de un autor. Los avances de la moderna arqueoastronomía nos permiten pisar hoy un terreno más seguro que el de hace algunos años. De Stonehenge, por ejemplo, se ha dicho que fue un observatorio astronómico, lo cual no es admitido hoy por los estudiosos.

Dado que en muchas de estas estructuras se han encontrado restos de enterramientos, podemos suponer que el uso funerario fue una de las razones para su construcción. Pero también hay enterramientos en la mayoría de iglesias cristianas antiguas, y no sólo se erigieron para este fin. El elemento religioso tuvo que ser otra de sus motivaciones, pero las evidencias señalan también factores astronómicos. No nos ha de resultar tan extraño después de constatar que la religión y la observación del cielo se entremezclan en ciertas etapas del desarrollo cultural humano.

Juan Antonio Belmonte y un equipo interdisciplinar de astrónomos y arqueólogos han estudiado recientemente la orientación de más de 300 dólmenes en España y Portugal, llegando a la conclusión de que conclusión de que...con poquísimas excepciones (sólo 10, un 3%), miran a la salida del Sol en algún momento del año. Las excepciones quedan reducidas a menos del 1% si consideramos también el rango de los ortos lunares(1).

Cuando los estudiosos analizan con más detalle el asunto encuentran una distribución estadística de orientaciones, pero casi siempre dentro del rango de salidas del Sol y de la Luna. Unos miran con bastante aproximación al equinoccio, otros al solsticio de verano, otros al de invierno. ¿Se erigieron así sólo por motivos astronómicos?

Uno de los dólmenes más notables que se conservan es el de Newgrange, en Irlanda, con un largo corredor de 19 metros orientado al solsticio de invierno (hacia el SE., por tanto). La tumba debía permanecer sellada por una enorme losa, y sólo a través de una estrecha ventana entraba el Sol tibio del solsticio a lo largo del corredor hasta iluminar sobre la pared del fondo una espiral triple grabada en la roca. Seguramente iluminó las tumbas en su día; hoy, los turistas se agolpan llenos de curiosidad para contemplar el fenómeno.

El sentido de estas orientaciones se nos puede aclarar si echamos una mirada hacia doctrinas religiosas tan antiguas como la metempsicosis o la transmigración de las almas. Una aclaración interesante acerca de este asunto lo encontramos en La República de Platón(2): el relato del armenio Er, que describe detalladamente el tránsito de las almas entre el Cielo y la Tierra. Las que van a encarnar bajan del Cielo al mundo terrestre por el punto donde se produce el solsticio de verano (signo de Cáncer) mientras que las que acaban de morir suben de la Tierra al Cielo por el punto opuesto, Capricornio, donde tiene lugar el solsticio de invierno. Esta idea se encuentra también en la religión egipcia, y desde luego en la hindú. La orientación al solsticio de invierno en las construcciones megalíticas y otras posteriores de la Antigüedad vendría a ser por tanto una marca destinada a las almas, para señalarles el camino de salida en su trayecto hacia las regiones celestes.

El propio relato platónico alude a la Vía Láctea como el gran río estelar que han de cruzar las almas en su tránsito de la Tierra al Cielo y viceversa:

Después que cada una de estas almas hubo pasado siete días en esta pradera, partieron al octavo, y en cuatro días de jornada llegaron a un punto desde el que se veía una luz que atravesaba el cielo y la tierra, recta como una columna y semejante a Iris, pero más brillante y más pura [la Vía Láctea]. A esta luz llegaron después de otro día de jornada. Allí vieron que las extremidades del cielo venían a parar al centro de esta luz, que le servía de lazo y que abrazaba toda la circunferencia del cielo, poco más o menos como esas piezas de madera que ciñen los costados de las galeras y sostienen toda la armadura. De estas extremidades está pendiente el huso de la Necesidad, el cual daba impulso a todas las revoluciones celestes(3).

La Vía Láctea, nuestra propia Galaxia en realidad, atraviesa el cielo de parte a parte y corta la eclíptica -la trayectoria anual del Sol- por la constelación de Sagitario en uno de sus extremos, y entre Orión y Géminis por el otro, cercana a la constelación de Cáncer. En las cosmologías antiguas el mundo se renueva con la múltiple conjunción de los planetas en Cáncer (destrucción por el fuego) o en Capricornio (diluvio). Séneca nos transmite la doctrina en Cuestiones naturales:

Beroso, el intérprete de Belo, atribuye a los planetas la causa de estos desequilibrios. Y también se atreve a asignar la fecha de la conflagración y del diluvio universal. Todo lo que es térreo, prosigue, será abrasado cuando los astros, que siguen ahora diferentes caminos, se reúnan todos ellos en el signo de Cáncer y se coloquen en línea recta [conjunción]... El diluvio tendrá lugar también cuando estos mismos planetas lleguen al signo de Capricornio(4).

Donde vemos además la procedencia de estas doctrinas, Beroso, la figura que encarnó la transmisión del saber científico caldeo a los griegos. Pero si este cruce de caminos entre el Zodíaco y la Vía Láctea resulta importante en los ciclos del mundo terrestre, no lo es menos en relación a la cosmología espiritual. El gran río celeste de luz y estrellas fue considerado por las mitologías antiguas (todas ellas de origen astral) como uno de sus principales símbolos (china, japonesa, nórdica, griega, egipcia, etc.). Acheron es el gran río que han de atravesar las almas; Macrobio, al igual que Platón, piensa que éstas provienen de la Vía Láctea y a ella vuelven tras la muerte física(5). La transferencia cristiana de estas creencias es el Camino de Santiago como peregrinaje terrestre, proyección del peregrinaje celeste de las almas en el Más Allá ("Camino de Santiago" es el término astronómico popular castellano de la Vía Láctea).

En el cruce del gran río de estrellas con la trayectoria del Sol, de la Luna y de los planetas, encontramos los guardianes que vigilan el tránsito de las almas; en uno de sus extremos, los dos Perros celestes, Canis Maior (Sirio) y Canis Minor (Procyon). Otros perros guardianes similares los tenemos en los puntos equinocciales o de inicio y fin de día: Ortros (nacimiento del día-Aries) y Kerberos (ocaso y Libra).

En el otro extremo de la Vía Láctea veremos a Sagitario, el centauro que lanza su flecha, a veces hacia delante (el futuro), o hacia atrás (el pasado). Su versión cristianizada es Santiago Caballero y tal vez San Jorge; ambos acuden en ayuda de los cristianos durante algunos momentos críticos (apariciones en la batalla de Clavijo y Antioquía). San Jorge es abogado contra las picaduras de animales ponzoñosos (la constelación de Sagitario se encuentra junto a las de la Serpiente y el Escorpión).

La creencia en la supervivencia de alguna parte del hombre tras la muerte es general en todas las religiones; y por tanto en un principio animador que se oculta a los sentidos y constituye su parte más esencial (el ba y el ka de los egipcios, psiqué y nous entre los griegos, "alma" y "espíritu" para el cristianismo, etc.). Pero también en las religiones astrales de la Antigüedad (todas lo eran en esa época) había un plan común para esa parte humana que sobrevive al cuerpo: su lugar natural de existencia está en los cielos. De ellos viene antes de nacer y a ellos vuelve después de morir.

Sobre las puertas de entrada y salida por las que transitan las almas en su paso de la Tierra al Cielo y viceversa, veamos lo que dice al respecto Réné Guenon en Símbolos de la Ciencia Sagrada:

Como hemos apuntado, las dos puertas zodiacales, de entrada y de salida de la "caverna cósmica", que ciertas tradiciones designan como la "puerta de los hombres" y la "puerta de los dioses" deben corresponder a los dos solsticios. Debemos ahora precisar que la primera corresponde al solsticio de verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda al solsticio de invierno, o sea, al signo de Capricornio. Para comprender el porqué, hay que tener presente la división del ciclo anual en dos mitades, una "ascendente" y otra "descendente": la primera es el período del curso del sol hacia el norte (uttarâyana), que va del solsticio de invierno al de verano; la segunda es el camino del sol hacia el sur (dakshinâyana), que va del solsticio de verano al de invierno. En la tradición hindú, la "fase ascendente" se halla en relación con el dêva-yâna y la fase "descendente" con el pitri-yâna. Esto cuadra perfectamente con las denominaciones que acabamos de recordar: la "puerta de los hombres" es la que da acceso al pitri-yâna y la "puerta de los dioses" es la que da acceso al dêva-yâna...

...Según la correspondencia del simbolismo temporal con el simbolismo espacial de los puntos cardinales, el solsticio de invierno es en cierto modo el polo norte del año, y el solsticio de verano su polo sur, mientras que los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño, corresponden respectivamente, y de modo análogo, al Este y al Oeste. En el simbolismo védico, sin embargo, la puerta del dêva-loka está situada al noreste, y la del pitri-loka al suroeste.(6).

Vemos claramente indicado el signo de Capricornio como dêva-loka (lugar o morada de los dioses) en la religión hindú. Por esa puerta subían las almas hacia los cielos tras la muerte, mientras que en el signo de Cáncer se halla la puerta por la que bajaban a la Tierra (el pitri-loka, lugar o morada de los hombres).

El hecho de considerar la existencia de puertas de entrada entre el Cielo y la Tierra nos puede resultar extrañísima, y más ahora que el hombre ha pisado la Luna y llegado con sus sondas a diversos cuerpos del Sistema Solar. Pero podemos ver la concepción de otras muchas puertas en el cielo, incluso de ventanas, en el Libro de Henoc:

Esta es la primera ley de las luminarias: la luminaria Sol tiene su salida por las puertas del cielo que dan a oriente y su puesta por las puertas del cielo a occidente. Yo vi seis puertas por las que sale el Sol y seis por las que se pone. La Luna sale y se pone por estas puertas, así como los guías de los astros con sus guiados. Seis están a oriente y seis a poniente del Sol, todas ellas correspondiéndose unas con otras exactamente, y hay muchas ventanas a la derecha e izquierda de aquellas puertas...

...Así sale [el Sol] el primer mes por la puerta grande: sale por la que es la cuarta de esas seis puertas que dan al levante del Sol. En esta cuarta puerta, por la que se levanta el Sol en el primer mes, hay doce ventanas abiertas por las que sale la llama cuando se abren a su tiempo...(7)

De manera que hay una correspondencia entre esas puertas y los 12 signos del Zodíaco, y de modo similar, las 12 ventanas de cada puerta (signo) son las llamadas "dodecatemorias" de la Astrología griega (división de cada signo en 12 partes iguales). Pero el término "puerta" y "ventana" va más allá; indica un tránsito, una separación. Se suponía que los astros, al salir por el Este, ascendían del mundo inferior (noche, muerte, simbólicamente) y recuperaban su luz, y por tanto su poder; al ponerse por el Oeste volvían a perder su luz pasando al mundo inferior. De ahí las analogías del día con lo activo-masculino-calor-consciencia-vida y de la noche con lo pasivo-femenino-frío-inconsciente-muerte; del amanecer y del horizonte oriental con el nacimiento, la primavera y Aries, primer signo del Zodíaco; del crepúsculo vespertino y del horizonte occidental con la muerte, el otoño y el signo zodiacal de Libra.

Los ábsides de los templos cristianos están orientados preferentemente hacia el Este con arreglo a este criterio simbólico. Podemos ver la explicación a través de Orígenes, en el Tratado de la Oración:

Dado que hay cuatro puntos cardinales, el norte, el mediodía, el occidente y el oriente, ¿quién no reconocería en seguida que el oriente manifiesta evidentemente que debemos orar hacia ese lado, lo cual es símbolo del alma mirando hacia la aparición de la verdadera Luz?(8)

La relación del Oeste con la muerte y Libra podemos verla en el mismo símbolo del signo, la balanza con la que Anubis, el dios con cabeza de chacal, pesa las almas de los muertos en la religión egipcia, en presencia de Thot, que anota el resultado. Escena que pasará al cristianismo en la figura de San Miguel, quien con Satán se disputa el alma del muerto para conducirla al Cielo o al Infierno. San Miguel, no lo olvidemos, se celebra el 29 de septiembre, justo cuando el Sol acaba de entrar en el signo de Libra.

Las puertas del Cielo y de la Tierra las encontramos cristianizadas en los dos Juanes del santoral. Se les conmemora el 27 de diciembre (San Juan, Apóstol y Evangelista, el preferido de Jesús) y el 24 de junio (la Natividad de San Juan Bautista, el Precursor). Las fechas próximas a los solsticios sugieren la relación; aunque etimológicamente parece que Juan nada tiene que ver con ianua (puerta), es posible que se haya podido colar en este hecho calendárico la similitud fonética.

"Juan" procede del hebreo "Yehohanan", "Yahvé es benéfico", pero tiene un gran parecido fonético con la palabra latina ianua, "puerta", al igual que Jano, lo cual indujo posiblemente a la gente a establecer una relación entre ambas palabras o dio al nombre de Juan unas connotaciones de las que carecía en un principio.

Así pues, en las cosmologías de la Antigüedad tenemos el mundo inferior, la Tierra, donde viven por un tiempo las almas encarnadas en sus cuerpos materiales. Rodeándolo, se hallan dispuestas una serie de esferas concéntricas y transparentes (cielos o carros planetarios) que arrastran consigo la correspondiente estrella errante (planeta); en el hermetismo encontramos como denominación para este sistema la Hebdómada, gobernadas cada una por los correspondientes Arcontes. La esfera más cercana a la Tierra es la de la Luna, y la más alejada Saturno. La esfera más externa es la de las estrellas fijas, con el Zodíaco como banda influencial principal (Ogdóada), donde se encuentran el coro de los dioses rodeados de las almas, divinidades y los ángeles. La Enéada constituye el extramundo, una potencia superior a todas las restantes. Cuando el cuerpo muere el alma regresa a su lugar natural, el mundo de los dioses inmutables (la esfera más externa, Cielo Empíreo), si lo ha merecido su comportamiento en el tránsito terrestre. Caso contrario baja a los Infiernos, un lugar terrible. Las que suben al Cielo deben atravesar las esferas planetarias y experimentar en este paso una purificación previa, lavándose de todas las pasiones que se les han adherido en su paso terrestre.

Este tránsito a través de las 7 esferas podemos verlo en el Libro de los muertos egipcio, en el Capítulo de las Puertas (Arits), que son 7, cada una con su guardián y su heraldo. Se sabe sin embargo que el texto inicial no fue obra de libios, ni de africanos del centro ni de semitas; su origen hay que buscarlo en Asia, posiblemente en Mesopotamia.

La descripción del paso de las almas por las 7 esferas planetarias lo hallamos en La República de Platón, al final del Libro X, en la religión astral más tardía y elaborada que fue el gnosticismo, y también en el hermetismo. Estas corrientes de pensamiento influyeron notablemente en el desarrollo de la teología cristiana, de ahí que encontremos pergaminos de los siglos X y XI sobre todo en los que puede verse a las almas transitando por las esferas planetarias en su camino hacia Jesús-Cristo, quien preside el esquema cosmológico en la zona más elevada. Por vía místico-intuitiva Santa Teresa de Ávila debió llegar a ese mismo conocimiento, pues cifra también en siete el número de "moradas" del alma humana.

Los textos herméticos no dejan lugar a dudas:

...en primer lugar, cuando muere el cuerpo material, lo entregas a la alteración; la figura que tienes se vuelve invisible y confías al demonio tu inerte morada. Por su parte, las facultades sensoriales del cuerpo, retornan a sus fuentes, convirtiéndose en partes y restaurándose de nuevo para sus actividades. Mientras que la ira y el deseo se alejan hacia la naturaleza irracional.

Y así, lo restante, se eleva hacia las alturas, pasando a través de la armadura de las esferas:

En el primer cinturón abandona la actividad de aumentar o disminuir.

En el segundo, la maquinación de maldades, ineficaz engaño.

En el tercero, el ya inactivo fraude del deseo.

En el cuarto, la manifestación del ansia de poder, desprovista ya de ambición.

En el quinto, la audacia impía y la temeridad de la desvergüenza.

En el sexto, los sórdidos recursos de adquisición de riquezas, ya inútiles.

En el séptimo cinturón, en fin, la mentira que tiende trampas.

Llega entonces a la naturaleza ogdoádica, desnudado de los efectos de la armadura, y por tanto sólo con su potencia propia. Y, con todos los seres, canta himnos al padre y todos se regocijan con su venida. Oye entonces, ya igual a sus compañeros, a ciertas potencias por encima de la naturaleza ogdoádica, que cantan himnos a Dios con voz dulce. Vienen al punto, ordenadamente, a presencia del padre, se confían a sí mismos a las potencias y, tornándose potencias, se hallan en Dios. Tal es la feliz consumación de los que poseen conocimiento, ser divinizados(9).

Lo mismo se afirmaba en el gnosticismo, aunque sólo tengamos noticias del mismo a través de sus detractores cristianos:

En su periplo desde el Pleroma hasta el mundo inferior y vuelta, el Hijo del Hombre atraviesa los siete cielos planetarios y, de acuerdo con el tema gnóstico, no es reconocido por los arcontes que rigen cada cielo, como tampoco por los hombres(10).

La cristianización del esquema cosmológico pagano consistió solamente en poner a Cristo en sustitución del Pleroma gnóstico o Anima mundi de Platón y los cabalistas (la parte más alejada de la Tierra, la más espiritual).

En Contra Celsum Orígenes habla de la "contraseña" que el alma debe dar al arconte guardián de cada esfera para que éste la deje pasar a la siguiente(11). Esta transición más o menos larga del alma a través de las esferas planetarias pasará a la ortodoxia católica con el nombre de Purgatorio. Los niños son un caso aparte, pues no han completado aún su evolución en el mundo, no han actualizado aún todos los niveles planetarios (cielos interiores).

Según estas doctrinas, si el alma del adulto se halla purificada o se trata de un "iniciado" no sintoniza ya los niveles de las esferas planetarias; ha sublimado las pasiones terrenales y pasa de largo en su camino hacia el cielo superior, hacia el Pleroma. Para algunas sectas gnósticas Cristo no vino nunca a la Tierra, es una entidad espiritual no sujeta al gobierno de las esferas planetarias, y ésa es la meta a alcanzar por el discípulo.

El objetivo básico de estas religiones astrales era el de matar al dragón, o sea, romper la sujeción a los ciclos (mundo manifestado), escapar a la resonancia con las esferas planetarias (pasiones) y trascender la sucesión de subidas y bajadas del Cielo a la Tierra, permaneciendo definitivamente en aquél. Es el equivalente a la idea astrológica de que "el sabio puede dominar los astros" y escapar a su acción, mientras el necio permanece dando tumbos al compás del destino que tiene marcado. De aquí la necesidad de conocer el horóscopo personal y la utilidad de su interpretación en las culturas tradicionales eurasiáticas.

Podemos ver el concepto simbolizado en la leyenda de San Jorge, el héroe cristiano que es capaz de matar al dragón (dragón=Luna=ciclo, matar la esclavitud de los ciclos, escapar de ellos y ganar el cielo, la eternidad, el mundo espiritual).

Volviendo a las orientaciones de los megalitos citada anteriormente: si la interpretación que hemos dado es correcta, la relación entre Religión y Astronomía vendría de mucho más atrás en el tiempo que la de los cultos astrales del Oriente Medio, adentrándose de lleno en el Neolítico. Y con toda probabilidad, en el Paleolítico.

Al comienzo de la Edad del Bronce, a finales del III milenio a.C., hubo un cambio de orientación de las construcciones megalíticas, con preferencia al SO.(12). Tal es el caso de la cueva del Romeral, en Antequera (Málaga), con el corredor más largo de Europa. Si caemos en la cuenta de que por allí se oculta el Sol en el entorno de fechas del solsticio de invierno, nos encontramos con la misma explicación que en los casos anteriores, sólo que aquí se refuerza la analogía con lo escatológico (puesta de Sol, desaparición de la luz, muerte).

De unos 2500 a.C. data una de las civilizaciones protourbanas más antiguas de Europa, la de Los Millares, con su principal yacimiento en la actual provincia de Almería; los monumentos funerarios de esta cultura son conocidos como tholoi, tumbas de falsa cúpula. Los trabajos de Michael Hoskin, de la Universidad de Cambridge, muestran que casi todos los accesos de estas estructuras se construyeron orientados a la salida del Sol en algún momento del año, pero especialmente a los puntos del otoño e invierno. Se repite por tanto la orientación SE., el camino de las almas hacia el cielo indicado por las religiones astrales(13).

Se atribuía por tanto a los astros una acción creadora y formadora (cosmológica), de ahí que en Astrología haya tratado de explicarse dicha acción (aspectos planetarios) relacionando las posiciones de los planetas en el círculo y las proporciones concretas que determinan sobre él con las notas de la escala musical (armonía en sentido físico-matemático).

Debido a esta atribución cosmológica, tanto las estrellas fijas como las errantes fueron consideradas dioses y se les rindió culto y adoración en la amplia época sabea. Esto dejó un notable poso en las religiones posteriores, incluyendo al cristianismo, que ha llegado hasta el mundo presente.

Encontramos un apoyo a estas afirmaciones en la lingüística: existe una raíz indoeuropea, *dy, que significa "brillar". De dicha raíz proceden varias palabras griegas, latinas y sánscritas. De ella viene, entre otras, el dies latino (el "día", cuando la luz brilla); Iuppiter (el padre de la luz, dieu-pater), y sobre todo deus (*deyvo-s, el "dios"). Deus (dios) procede por tanto del verbo "brillar". Al fin y al cabo, en la mentalidad antigua los dioses son las luces que brillan en el cielo; a su luz y a su calor se atribuirá el influjo que ejercen sobre la Tierra en la doctrina astrológica de todos los tiempos(14).

 

Notas (de esta primera parte del artículo):

1.- Juan Antonio Belmonte. Las leyes de cielo. Astronomía y civilizaciones antiguas. Ediciones Temas de hoy, S.A. Madrid, 1999. Pág. 61.

2.- Ver a este respecto el Libro X.

3.- Platón. La República. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1983. Libro X, págs. 298-299.

4.- Séneca. Cuestiones naturales. Libro XXX, 29.

5.- Ver el Comentario al sueño de Escipión, Cap. XII y XV. Existe edición inglesa actual: Commentary on the dream of Scipio, by Macrobius. Translated with an Introduction and Notes William Harris Stahl. Columbia University Press. New York, 1990.

6.- Réné Guenon. Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona, 1995. Cap. XXV.

7.- Apócrifos del Antiguo Testamento. Tomo IV. Edición dirigida por Alejandro Díez Macho. Ed. Cristiandad. Madrid, 1984.

8.- Citado por Jean Hani en El simbolismo del templo cristiano, págs. 41-42. José J. de Olañeta, Editor. Palma de Mallorca, 2000. Hasta el Concilio Vaticano II (1963) el sacerdote decía la misa de espaldas a los fieles, no por falta de consideración, sino para que todos mirasen hacia el Sol naciente (la misa se decía al amanecer -rito solar-, de la misma forma que el rosario era un rezo vespertino, dada su naturaleza lunar, puesto que la Luna "nace" al inicio de su mes tras la puesta de Sol).

9.- Poimandres. Corpus Hermeticum (atribuido a Hermes Trimegisto). En Textos herméticos. Introducción, traducción y notas de Xavier Renau Nebot. Editorial Gredos. Madrid, 1999. Págs. 90-94.

10.- Hipólito de Roma. Refutación de todas las herejías. En Los gnósticos II. Introducción, traducción y notas de José Montserrat Torrents. Editorial Gredos. Madrid, 1991. Nota 83, pág. 47. El Pleroma es el cielo superior, la residencia de la divinidad.

11.- Orígenes, en Contra Celsum VI, 24.38.

12.- Juan Antonio Belmonte. Las leyes de cielo. Astronomía y civilizaciones antiguas. Ediciones Temas de hoy, S.A. Madrid, 1999. Pág. 62.

13.- Ídem, pág. 53.

14.- Comunicación personal de Josefa Sanchis.

Sigue>>
.
.
.
webmaster@astro-campus.com
.
.