Introducción
Además de explicar el carácter y el destino
del individuo, la Astrología ha ido siempre más
allá, y no por otro motivo sino por su condición
varias veces milenaria, pues proviene de los tiempos
en que Ciencia, Religión y Filosofía constituían
un cuerpo único de conocimiento y experiencia
humanos. Pese a las bisuterías astrológicas
comerciales del presente y a los charlatanes que siempre
se han aprovechado de ella, ha sabido conservar algunas
esencias de carácter simbólico y místico,
las cuales sobrevivieron a las modas y tendencias efímeras
de los diversos momentos históricos; ahí
está una de sus especialidades, la Astrología
Kármica, como corroboración de lo que
decimos. En ella se profundiza a través del ser
y de sus experiencias en vidas anteriores, que pueden
dar razón de algunos hechos en la actual. Cierto
que entramos aquí en un terreno resbaladizo por
el que se debe tantear con mucha precaución,
pero sin duda resulta atractivo e interesante.
La Astrología constituye la única rama
del conocimiento humano que se ha atrevido a abordar
el problema de nuestro destino, tanto individual como
colectivo, de modo racional; por encima de opiniones,
fallos y errores, se trata de la única tentativa
realizada para aclarar este problema, que sin duda interesa
y puede resultar útil a todo el mundo.
A la hora de tratar los plazos de la vida humana,
hemos de volver a realizar algunas preguntas que ya
nos hemos hecho anteriormente: ¿cuál es
el objeto de la existencia del hombre? Y las clásicas
de ¿quiénes somos? ¿De dónde
venimos? ¿A dónde vamos? A la resolución
de estos enigmas ya se aplicaban los filósofos
de la Academia platónica, donde campeaba el lema
"¡conócete a ti mismo!".
Pese al tiempo transcurrido la humanidad sigue ante
las mismas interrogantes; resolverlas es una cuestión
personal que nadie puede hacer para los demás
ni comunicar la respuesta en términos objetivos,
si se llega a la solución. Así que en
este artículo echaremos una ojeada al carácter
astral de las religiones antiguas y a su escatología,
íntimamente ligadas a la cosmología astrológica;
finalmente abordaremos el problema de porqué
y para qué estamos aquí, y de la herramienta
que la Astrología aporta para orientarnos en
el laberinto de la vida, el tema astral de nacimiento
y sus direcciones.
Plan general de las religiones astrales
antiguas
Entre 5000 a.C. y el comienzo de nuestra Era surgieron
-en Europa occidental sobre todo, en el Norte africano
y en algunos puntos de las costas mediterráneas-
unas formas de cultura que nos han dejado como elemento
común los llamados megalitos: dólmenes,
menhires, etc.
¿Cuál era su función? ¿Religiosa,
funeraria, astronómica? Se ha especulado mucho
sobre ello, disparando la imaginación de más
de un autor. Los avances de la moderna arqueoastronomía
nos permiten pisar hoy un terreno más seguro
que el de hace algunos años. De Stonehenge, por
ejemplo, se ha dicho que fue un observatorio astronómico,
lo cual no es admitido hoy por los estudiosos.
Dado que en muchas de estas estructuras se han encontrado
restos de enterramientos, podemos suponer que el uso
funerario fue una de las razones para su construcción.
Pero también hay enterramientos en la mayoría
de iglesias cristianas antiguas, y no sólo se
erigieron para este fin. El elemento religioso tuvo
que ser otra de sus motivaciones, pero las evidencias
señalan también factores astronómicos.
No nos ha de resultar tan extraño después
de constatar que la religión y la observación
del cielo se entremezclan en ciertas etapas del desarrollo
cultural humano.
Juan Antonio Belmonte y un equipo interdisciplinar
de astrónomos y arqueólogos han estudiado
recientemente la orientación de más de
300 dólmenes en España y Portugal, llegando
a la conclusión de que conclusión de que...con
poquísimas excepciones (sólo 10, un 3%),
miran a la salida del Sol en algún momento del
año. Las excepciones quedan reducidas a menos
del 1% si consideramos también el rango de los
ortos lunares(1).
Cuando los estudiosos analizan con más detalle
el asunto encuentran una distribución estadística
de orientaciones, pero casi siempre dentro del rango
de salidas del Sol y de la Luna. Unos miran con bastante
aproximación al equinoccio, otros al solsticio
de verano, otros al de invierno. ¿Se erigieron
así sólo por motivos astronómicos?
Uno de los dólmenes más notables que
se conservan es el de Newgrange, en Irlanda, con un
largo corredor de 19 metros orientado al solsticio de
invierno (hacia el SE., por tanto). La tumba debía
permanecer sellada por una enorme losa, y sólo
a través de una estrecha ventana entraba el Sol
tibio del solsticio a lo largo del corredor hasta iluminar
sobre la pared del fondo una espiral triple grabada
en la roca. Seguramente iluminó las tumbas en
su día; hoy, los turistas se agolpan llenos de
curiosidad para contemplar el fenómeno.
El sentido de estas orientaciones se nos puede aclarar
si echamos una mirada hacia doctrinas religiosas tan
antiguas como la metempsicosis o la transmigración
de las almas. Una aclaración interesante acerca
de este asunto lo encontramos en La República
de Platón(2): el relato del armenio Er, que describe
detalladamente el tránsito de las almas entre
el Cielo y la Tierra. Las que van a encarnar bajan del
Cielo al mundo terrestre por el punto donde se produce
el solsticio de verano (signo de Cáncer) mientras
que las que acaban de morir suben de la Tierra al Cielo
por el punto opuesto, Capricornio, donde tiene lugar
el solsticio de invierno. Esta idea se encuentra también
en la religión egipcia, y desde luego en la hindú.
La orientación al solsticio de invierno en las
construcciones megalíticas y otras posteriores
de la Antigüedad vendría a ser por tanto
una marca destinada a las almas, para señalarles
el camino de salida en su trayecto hacia las regiones
celestes.
El propio relato platónico alude a la Vía
Láctea como el gran río estelar que han
de cruzar las almas en su tránsito de la Tierra
al Cielo y viceversa:
Después que cada una de estas almas hubo pasado
siete días en esta pradera, partieron al octavo,
y en cuatro días de jornada llegaron a un punto
desde el que se veía una luz que atravesaba el
cielo y la tierra, recta como una columna y semejante
a Iris, pero más brillante y más pura
[la Vía Láctea]. A esta luz llegaron después
de otro día de jornada. Allí vieron que
las extremidades del cielo venían a parar al
centro de esta luz, que le servía de lazo y que
abrazaba toda la circunferencia del cielo, poco más
o menos como esas piezas de madera que ciñen
los costados de las galeras y sostienen toda la armadura.
De estas extremidades está pendiente el huso
de la Necesidad, el cual daba impulso a todas las revoluciones
celestes(3).
La Vía Láctea, nuestra propia Galaxia
en realidad, atraviesa el cielo de parte a parte y corta
la eclíptica -la trayectoria anual del Sol- por
la constelación de Sagitario en uno de sus extremos,
y entre Orión y Géminis por el otro, cercana
a la constelación de Cáncer. En las cosmologías
antiguas el mundo se renueva con la múltiple
conjunción de los planetas en Cáncer (destrucción
por el fuego) o en Capricornio (diluvio). Séneca
nos transmite la doctrina en Cuestiones naturales:
Beroso, el intérprete de Belo, atribuye a los
planetas la causa de estos desequilibrios. Y también
se atreve a asignar la fecha de la conflagración
y del diluvio universal. Todo lo que es térreo,
prosigue, será abrasado cuando los astros, que
siguen ahora diferentes caminos, se reúnan todos
ellos en el signo de Cáncer y se coloquen en
línea recta [conjunción]... El diluvio
tendrá lugar también cuando estos mismos
planetas lleguen al signo de Capricornio(4).
Donde vemos además la procedencia de estas
doctrinas, Beroso, la figura que encarnó la transmisión
del saber científico caldeo a los griegos. Pero
si este cruce de caminos entre el Zodíaco y la
Vía Láctea resulta importante en los ciclos
del mundo terrestre, no lo es menos en relación
a la cosmología espiritual. El gran río
celeste de luz y estrellas fue considerado por las mitologías
antiguas (todas ellas de origen astral) como uno de
sus principales símbolos (china, japonesa, nórdica,
griega, egipcia, etc.). Acheron es el gran río
que han de atravesar las almas; Macrobio, al igual que
Platón, piensa que éstas provienen de
la Vía Láctea y a ella vuelven tras la
muerte física(5). La transferencia cristiana
de estas creencias es el Camino de Santiago como peregrinaje
terrestre, proyección del peregrinaje celeste
de las almas en el Más Allá ("Camino
de Santiago" es el término astronómico
popular castellano de la Vía Láctea).
En el cruce del gran río de estrellas con la
trayectoria del Sol, de la Luna y de los planetas, encontramos
los guardianes que vigilan el tránsito de las
almas; en uno de sus extremos, los dos Perros celestes,
Canis Maior (Sirio) y Canis Minor (Procyon). Otros perros
guardianes similares los tenemos en los puntos equinocciales
o de inicio y fin de día: Ortros (nacimiento
del día-Aries) y Kerberos (ocaso y Libra).
En el otro extremo de la Vía Láctea
veremos a Sagitario, el centauro que lanza su flecha,
a veces hacia delante (el futuro), o hacia atrás
(el pasado). Su versión cristianizada es Santiago
Caballero y tal vez San Jorge; ambos acuden en ayuda
de los cristianos durante algunos momentos críticos
(apariciones en la batalla de Clavijo y Antioquía).
San Jorge es abogado contra las picaduras de animales
ponzoñosos (la constelación de Sagitario
se encuentra junto a las de la Serpiente y el Escorpión).
La creencia en la supervivencia de alguna parte del
hombre tras la muerte es general en todas las religiones;
y por tanto en un principio animador que se oculta a
los sentidos y constituye su parte más esencial
(el ba y el ka de los egipcios, psiqué y nous
entre los griegos, "alma" y "espíritu"
para el cristianismo, etc.). Pero también en
las religiones astrales de la Antigüedad (todas
lo eran en esa época) había un plan común
para esa parte humana que sobrevive al cuerpo: su lugar
natural de existencia está en los cielos. De
ellos viene antes de nacer y a ellos vuelve después
de morir.
Sobre las puertas de entrada y salida por las que
transitan las almas en su paso de la Tierra al Cielo
y viceversa, veamos lo que dice al respecto Réné
Guenon en Símbolos de la Ciencia Sagrada:
Como hemos apuntado, las dos puertas zodiacales, de
entrada y de salida de la "caverna cósmica",
que ciertas tradiciones designan como la "puerta
de los hombres" y la "puerta de los dioses"
deben corresponder a los dos solsticios. Debemos ahora
precisar que la primera corresponde al solsticio de
verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda
al solsticio de invierno, o sea, al signo de Capricornio.
Para comprender el porqué, hay que tener presente
la división del ciclo anual en dos mitades, una
"ascendente" y otra "descendente":
la primera es el período del curso del sol hacia
el norte (uttarâyana), que va del solsticio de
invierno al de verano; la segunda es el camino del sol
hacia el sur (dakshinâyana), que va del solsticio
de verano al de invierno. En la tradición hindú,
la "fase ascendente" se halla en relación
con el dêva-yâna y la fase "descendente"
con el pitri-yâna. Esto cuadra perfectamente con
las denominaciones que acabamos de recordar: la "puerta
de los hombres" es la que da acceso al pitri-yâna
y la "puerta de los dioses" es la que da acceso
al dêva-yâna...
...Según la correspondencia del simbolismo
temporal con el simbolismo espacial de los puntos cardinales,
el solsticio de invierno es en cierto modo el polo norte
del año, y el solsticio de verano su polo sur,
mientras que los dos equinoccios, el de primavera y
el de otoño, corresponden respectivamente, y
de modo análogo, al Este y al Oeste. En el simbolismo
védico, sin embargo, la puerta del dêva-loka
está situada al noreste, y la del pitri-loka
al suroeste.(6).
Vemos claramente indicado el signo de Capricornio
como dêva-loka (lugar o morada de los dioses)
en la religión hindú. Por esa puerta subían
las almas hacia los cielos tras la muerte, mientras
que en el signo de Cáncer se halla la puerta
por la que bajaban a la Tierra (el pitri-loka, lugar
o morada de los hombres).
El hecho de considerar la existencia de puertas de
entrada entre el Cielo y la Tierra nos puede resultar
extrañísima, y más ahora que el
hombre ha pisado la Luna y llegado con sus sondas a
diversos cuerpos del Sistema Solar. Pero podemos ver
la concepción de otras muchas puertas en el cielo,
incluso de ventanas, en el Libro de Henoc:
Esta es la primera ley de las luminarias: la luminaria
Sol tiene su salida por las puertas del cielo que dan
a oriente y su puesta por las puertas del cielo a occidente.
Yo vi seis puertas por las que sale el Sol y seis por
las que se pone. La Luna sale y se pone por estas puertas,
así como los guías de los astros con sus
guiados. Seis están a oriente y seis a poniente
del Sol, todas ellas correspondiéndose unas con
otras exactamente, y hay muchas ventanas a la derecha
e izquierda de aquellas puertas...
...Así sale [el Sol] el primer mes por la puerta
grande: sale por la que es la cuarta de esas seis puertas
que dan al levante del Sol. En esta cuarta puerta, por
la que se levanta el Sol en el primer mes, hay doce
ventanas abiertas por las que sale la llama cuando se
abren a su tiempo...(7)
De manera que hay una correspondencia entre esas puertas
y los 12 signos del Zodíaco, y de modo similar,
las 12 ventanas de cada puerta (signo) son las llamadas
"dodecatemorias" de la Astrología griega
(división de cada signo en 12 partes iguales).
Pero el término "puerta" y "ventana"
va más allá; indica un tránsito,
una separación. Se suponía que los astros,
al salir por el Este, ascendían del mundo inferior
(noche, muerte, simbólicamente) y recuperaban
su luz, y por tanto su poder; al ponerse por el Oeste
volvían a perder su luz pasando al mundo inferior.
De ahí las analogías del día con
lo activo-masculino-calor-consciencia-vida y de la noche
con lo pasivo-femenino-frío-inconsciente-muerte;
del amanecer y del horizonte oriental con el nacimiento,
la primavera y Aries, primer signo del Zodíaco;
del crepúsculo vespertino y del horizonte occidental
con la muerte, el otoño y el signo zodiacal de
Libra.
Los ábsides de los templos cristianos están
orientados preferentemente hacia el Este con arreglo
a este criterio simbólico. Podemos ver la explicación
a través de Orígenes, en el Tratado de
la Oración:
Dado que hay cuatro puntos cardinales, el norte, el
mediodía, el occidente y el oriente, ¿quién
no reconocería en seguida que el oriente manifiesta
evidentemente que debemos orar hacia ese lado, lo cual
es símbolo del alma mirando hacia la aparición
de la verdadera Luz?(8)
La relación del Oeste con la muerte y Libra
podemos verla en el mismo símbolo del signo,
la balanza con la que Anubis, el dios con cabeza de
chacal, pesa las almas de los muertos en la religión
egipcia, en presencia de Thot, que anota el resultado.
Escena que pasará al cristianismo en la figura
de San Miguel, quien con Satán se disputa el
alma del muerto para conducirla al Cielo o al Infierno.
San Miguel, no lo olvidemos, se celebra el 29 de septiembre,
justo cuando el Sol acaba de entrar en el signo de Libra.
Las puertas del Cielo y de la Tierra las encontramos
cristianizadas en los dos Juanes del santoral. Se les
conmemora el 27 de diciembre (San Juan, Apóstol
y Evangelista, el preferido de Jesús) y el 24
de junio (la Natividad de San Juan Bautista, el Precursor).
Las fechas próximas a los solsticios sugieren
la relación; aunque etimológicamente parece
que Juan nada tiene que ver con ianua (puerta), es posible
que se haya podido colar en este hecho calendárico
la similitud fonética.
"Juan" procede del hebreo "Yehohanan",
"Yahvé es benéfico", pero tiene
un gran parecido fonético con la palabra latina
ianua, "puerta", al igual que Jano, lo cual
indujo posiblemente a la gente a establecer una relación
entre ambas palabras o dio al nombre de Juan unas connotaciones
de las que carecía en un principio.
Así pues, en las cosmologías de la Antigüedad
tenemos el mundo inferior, la Tierra, donde viven por
un tiempo las almas encarnadas en sus cuerpos materiales.
Rodeándolo, se hallan dispuestas una serie de
esferas concéntricas y transparentes (cielos
o carros planetarios) que arrastran consigo la correspondiente
estrella errante (planeta); en el hermetismo encontramos
como denominación para este sistema la Hebdómada,
gobernadas cada una por los correspondientes Arcontes.
La esfera más cercana a la Tierra es la de la
Luna, y la más alejada Saturno. La esfera más
externa es la de las estrellas fijas, con el Zodíaco
como banda influencial principal (Ogdóada), donde
se encuentran el coro de los dioses rodeados de las
almas, divinidades y los ángeles. La Enéada
constituye el extramundo, una potencia superior a todas
las restantes. Cuando el cuerpo muere el alma regresa
a su lugar natural, el mundo de los dioses inmutables
(la esfera más externa, Cielo Empíreo),
si lo ha merecido su comportamiento en el tránsito
terrestre. Caso contrario baja a los Infiernos, un lugar
terrible. Las que suben al Cielo deben atravesar las
esferas planetarias y experimentar en este paso una
purificación previa, lavándose de todas
las pasiones que se les han adherido en su paso terrestre.
Este tránsito a través de las 7 esferas
podemos verlo en el Libro de los muertos egipcio, en
el Capítulo de las Puertas (Arits), que son 7,
cada una con su guardián y su heraldo. Se sabe
sin embargo que el texto inicial no fue obra de libios,
ni de africanos del centro ni de semitas; su origen
hay que buscarlo en Asia, posiblemente en Mesopotamia.
La descripción del paso de las almas por las
7 esferas planetarias lo hallamos en La República
de Platón, al final del Libro X, en la religión
astral más tardía y elaborada que fue
el gnosticismo, y también en el hermetismo. Estas
corrientes de pensamiento influyeron notablemente en
el desarrollo de la teología cristiana, de ahí
que encontremos pergaminos de los siglos X y XI sobre
todo en los que puede verse a las almas transitando
por las esferas planetarias en su camino hacia Jesús-Cristo,
quien preside el esquema cosmológico en la zona
más elevada. Por vía místico-intuitiva
Santa Teresa de Ávila debió llegar a ese
mismo conocimiento, pues cifra también en siete
el número de "moradas" del alma humana.
Los textos herméticos no dejan lugar a dudas:
...en primer lugar, cuando muere el cuerpo material,
lo entregas a la alteración; la figura que tienes
se vuelve invisible y confías al demonio tu inerte
morada. Por su parte, las facultades sensoriales del
cuerpo, retornan a sus fuentes, convirtiéndose
en partes y restaurándose de nuevo para sus actividades.
Mientras que la ira y el deseo se alejan hacia la naturaleza
irracional.
Y así, lo restante, se eleva hacia las alturas,
pasando a través de la armadura de las esferas:
En el primer cinturón abandona la actividad
de aumentar o disminuir.
En el segundo, la maquinación de maldades,
ineficaz engaño.
En el tercero, el ya inactivo fraude del deseo.
En el cuarto, la manifestación del ansia de
poder, desprovista ya de ambición.
En el quinto, la audacia impía y la temeridad
de la desvergüenza.
En el sexto, los sórdidos recursos de adquisición
de riquezas, ya inútiles.
En el séptimo cinturón, en fin, la mentira
que tiende trampas.
Llega entonces a la naturaleza ogdoádica, desnudado
de los efectos de la armadura, y por tanto sólo
con su potencia propia. Y, con todos los seres, canta
himnos al padre y todos se regocijan con su venida.
Oye entonces, ya igual a sus compañeros, a ciertas
potencias por encima de la naturaleza ogdoádica,
que cantan himnos a Dios con voz dulce. Vienen al punto,
ordenadamente, a presencia del padre, se confían
a sí mismos a las potencias y, tornándose
potencias, se hallan en Dios. Tal es la feliz consumación
de los que poseen conocimiento, ser divinizados(9).
Lo mismo se afirmaba en el gnosticismo, aunque sólo
tengamos noticias del mismo a través de sus detractores
cristianos:
En su periplo desde el Pleroma hasta el mundo inferior
y vuelta, el Hijo del Hombre atraviesa los siete cielos
planetarios y, de acuerdo con el tema gnóstico,
no es reconocido por los arcontes que rigen cada cielo,
como tampoco por los hombres(10).
La cristianización del esquema cosmológico
pagano consistió solamente en poner a Cristo
en sustitución del Pleroma gnóstico o
Anima mundi de Platón y los cabalistas (la parte
más alejada de la Tierra, la más espiritual).
En Contra Celsum Orígenes habla de la "contraseña"
que el alma debe dar al arconte guardián de cada
esfera para que éste la deje pasar a la siguiente(11).
Esta transición más o menos larga del
alma a través de las esferas planetarias pasará
a la ortodoxia católica con el nombre de Purgatorio.
Los niños son un caso aparte, pues no han completado
aún su evolución en el mundo, no han actualizado
aún todos los niveles planetarios (cielos interiores).
Según estas doctrinas, si el alma del adulto
se halla purificada o se trata de un "iniciado"
no sintoniza ya los niveles de las esferas planetarias;
ha sublimado las pasiones terrenales y pasa de largo
en su camino hacia el cielo superior, hacia el Pleroma.
Para algunas sectas gnósticas Cristo no vino
nunca a la Tierra, es una entidad espiritual no sujeta
al gobierno de las esferas planetarias, y ésa
es la meta a alcanzar por el discípulo.
El objetivo básico de estas religiones astrales
era el de matar al dragón, o sea, romper la sujeción
a los ciclos (mundo manifestado), escapar a la resonancia
con las esferas planetarias (pasiones) y trascender
la sucesión de subidas y bajadas del Cielo a
la Tierra, permaneciendo definitivamente en aquél.
Es el equivalente a la idea astrológica de que
"el sabio puede dominar los astros" y escapar
a su acción, mientras el necio permanece dando
tumbos al compás del destino que tiene marcado.
De aquí la necesidad de conocer el horóscopo
personal y la utilidad de su interpretación en
las culturas tradicionales eurasiáticas.
Podemos ver el concepto simbolizado en la leyenda
de San Jorge, el héroe cristiano que es capaz
de matar al dragón (dragón=Luna=ciclo,
matar la esclavitud de los ciclos, escapar de ellos
y ganar el cielo, la eternidad, el mundo espiritual).
Volviendo a las orientaciones de los megalitos citada
anteriormente: si la interpretación que hemos
dado es correcta, la relación entre Religión
y Astronomía vendría de mucho más
atrás en el tiempo que la de los cultos astrales
del Oriente Medio, adentrándose de lleno en el
Neolítico. Y con toda probabilidad, en el Paleolítico.
Al comienzo de la Edad del Bronce, a finales del III
milenio a.C., hubo un cambio de orientación de
las construcciones megalíticas, con preferencia
al SO.(12). Tal es el caso de la cueva del Romeral,
en Antequera (Málaga), con el corredor más
largo de Europa. Si caemos en la cuenta de que por allí
se oculta el Sol en el entorno de fechas del solsticio
de invierno, nos encontramos con la misma explicación
que en los casos anteriores, sólo que aquí
se refuerza la analogía con lo escatológico
(puesta de Sol, desaparición de la luz, muerte).
De unos 2500 a.C. data una de las civilizaciones protourbanas
más antiguas de Europa, la de Los Millares, con
su principal yacimiento en la actual provincia de Almería;
los monumentos funerarios de esta cultura son conocidos
como tholoi, tumbas de falsa cúpula. Los trabajos
de Michael Hoskin, de la Universidad de Cambridge, muestran
que casi todos los accesos de estas estructuras se construyeron
orientados a la salida del Sol en algún momento
del año, pero especialmente a los puntos del
otoño e invierno. Se repite por tanto la orientación
SE., el camino de las almas hacia el cielo indicado
por las religiones astrales(13).
Se atribuía por tanto a los astros una acción
creadora y formadora (cosmológica), de ahí
que en Astrología haya tratado de explicarse
dicha acción (aspectos planetarios) relacionando
las posiciones de los planetas en el círculo
y las proporciones concretas que determinan sobre él
con las notas de la escala musical (armonía en
sentido físico-matemático).
Debido a esta atribución cosmológica,
tanto las estrellas fijas como las errantes fueron consideradas
dioses y se les rindió culto y adoración
en la amplia época sabea. Esto dejó un
notable poso en las religiones posteriores, incluyendo
al cristianismo, que ha llegado hasta el mundo presente.
Encontramos un apoyo a estas afirmaciones en la lingüística:
existe una raíz indoeuropea, *dy, que significa
"brillar". De dicha raíz proceden varias
palabras griegas, latinas y sánscritas. De ella
viene, entre otras, el dies latino (el "día",
cuando la luz brilla); Iuppiter (el padre de la luz,
dieu-pater), y sobre todo deus (*deyvo-s, el "dios").
Deus (dios) procede por tanto del verbo "brillar".
Al fin y al cabo, en la mentalidad antigua los dioses
son las luces que brillan en el cielo; a su luz y a
su calor se atribuirá el influjo que ejercen
sobre la Tierra en la doctrina astrológica de
todos los tiempos(14).
Notas (de esta primera parte del
artículo):
1.- Juan Antonio Belmonte. Las leyes de cielo. Astronomía
y civilizaciones antiguas. Ediciones Temas de hoy, S.A.
Madrid, 1999. Pág. 61.
2.- Ver a este respecto el Libro X.
3.- Platón. La República. Espasa-Calpe,
S.A. Madrid, 1983. Libro X, págs. 298-299.
4.- Séneca. Cuestiones naturales. Libro XXX,
29.
5.- Ver el Comentario al sueño de Escipión,
Cap. XII y XV. Existe edición inglesa actual:
Commentary on the dream of Scipio, by Macrobius. Translated
with an Introduction and Notes William Harris Stahl.
Columbia University Press. New York, 1990.
6.- Réné Guenon. Símbolos fundamentales
de la Ciencia Sagrada. Ediciones Paidós Ibérica.
Barcelona, 1995. Cap. XXV.
7.- Apócrifos del Antiguo Testamento. Tomo
IV. Edición dirigida por Alejandro Díez
Macho. Ed. Cristiandad. Madrid, 1984.
8.- Citado por Jean Hani en El simbolismo del templo
cristiano, págs. 41-42. José J. de Olañeta,
Editor. Palma de Mallorca, 2000. Hasta el Concilio Vaticano
II (1963) el sacerdote decía la misa de espaldas
a los fieles, no por falta de consideración,
sino para que todos mirasen hacia el Sol naciente (la
misa se decía al amanecer -rito solar-, de la
misma forma que el rosario era un rezo vespertino, dada
su naturaleza lunar, puesto que la Luna "nace"
al inicio de su mes tras la puesta de Sol).
9.- Poimandres. Corpus Hermeticum (atribuido a Hermes
Trimegisto). En Textos herméticos. Introducción,
traducción y notas de Xavier Renau Nebot. Editorial
Gredos. Madrid, 1999. Págs. 90-94.
10.- Hipólito de Roma. Refutación de
todas las herejías. En Los gnósticos II.
Introducción, traducción y notas de José
Montserrat Torrents. Editorial Gredos. Madrid, 1991.
Nota 83, pág. 47. El Pleroma es el cielo superior,
la residencia de la divinidad.
11.- Orígenes, en Contra Celsum VI, 24.38.
12.- Juan Antonio Belmonte. Las leyes de cielo. Astronomía
y civilizaciones antiguas. Ediciones Temas de hoy, S.A.
Madrid, 1999. Pág. 62.
13.- Ídem, pág. 53.
14.- Comunicación personal de Josefa Sanchis.
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